martes, 7 de octubre de 2008

Las reglas del mercado y las reglas del mercado mal entendido.

Es muy complicado hablar sobre el mercado en unas simples líneas. Y tampoco es que sea suficientemente experta como para definir algo interesante. Pero alguna impresión si me apetece comentar en el blog, que para eso es mi blog.
Me refiero a la letanía del mercado, tan idolatrado por neocons y criticado por liberales. Recordaremos a Stiglitz y sus teorías sobre los mercados imperfectos, con barreras de entrada y salida, oligopolias, competencias imperfectas, asimetrías en la información... Bueno, parece que eso si es cierto, que si algo define a los mercados es precisamente su asimetría. La posibilidad de encontrar jugadores con mayores ventajas unos que otros. Eso es así desde que los sumerios inventaron la propiedad privada justo después de la planificación de la producción por la centralización en los templos.
Los mercaderes asirios que hace 3900 años iban a los mercados de Kadesh para vender estaño o productos textiles, se traían plata y cobre y otros productos, junto con pingües beneficios. El mercado no deja de ser algo por el cual los comerciantes venden en otras condiciones (por desplazamientos, dificultades temporales, información privilegiada...) algo que les ha costado más barato en otras circunstancias. El trabajo del mercader consiste precisamente en trasladar de unas condiciones a otras el mercado en el que trabajan. Por ejemplo llevar las cargas de un lugar a otro o esperar el tiempo suficiente para que algo barato se convierta en caro.
Pero aquí no se trata del mercado. Considerar los mercaderes como carentes de codicia, ambición, avaricia... es lo más inocente del mundo. Considerar que no habrá gente que no se aproveche de los demás en momentos concretos supone dar la espalda a la naturaleza humana.
Pero de lo que se trata aquí, o en el mundo de las ideologías, es considerar si el mercado es al final beneficioso o no para la sociedad. Qué remedio. El pobre que compra en momentos de necesidad a precios caros, lo hace porque la alternativa es peor. Si el mercader no acumularía precisamente pensando en que pueden venir tiempos malos y sacar beneficios, en los tiempos malos no habría nada. A lo que los planificadores sugieren la alternativa de que sea el estado quien se encargue del papel del mercader y que de esta manera el pobre que se encuentra con las necesidades no será tan explotado. La pega es que cuando los estados y las sociedades son más complejas, y más grandes, las planificaciones de grandes dimensiones no se amoldan a las necesidades individuales. Es un problema de tamaño el que crea la ineficacia. El mercader ruin busca por todos los resquicios, hasta el más pequeño, buscando alguna necesidad, alguna víctima, alguna oportunidad para optimizarla. El estado es demasiado grande como para darse cuenta de estos resquicios, de estas necesidades. A lo que se suma el papel apisonadora de las subjetividades. Lo que para alguien es una enorme necesidad, para otro no lo es. Quien está decidido a comprar y quien está decidido a esperar. El ruin mercader conoce el espíritu humano, conoce que los clientes no son todos iguales, mientras el estado requiere de cierta dosis de justicia igualitaria. Todo el mundo lo mismo. Al fin y al cabo no vamos a dar más trabajo a los funcionarios. Tanto tenemos entre tantos dividimos. Es quizás lo que se puede achacar en crítica a la planificación de mercado. Unos sobreabastecidos y otros subabastecidos es lo ideal para la aparición de un segundo mercado negro lo cual no es en absoluto malo según como lo veo.
Pero no creo que esté aquí el origen de la idolatría al mercado. La mano invisible de Adam Smith se refiere a un tipo de mercado universal, conocido, del siglo XVIII, intemporal desde el tiempo en que los asirios acudían a Kadesh. Junto a la excelente visión de disección sociológica y psicológica que despliega Adam Smith.
La conclusión para Smith es que el mercado es beneficioso. Claro, volvemos a lo mismo, consigue tapar los resquicios que provoca la necesidad de los actores en la demanda. Pero la segunda ventaja proviene de la competencia en el mercado. Es decir, cuando los actores pueden optar entre varias ofertas y quedarse con la mejor. Eso no quita para otro pasaje de Smith en el cual si juntamos a varios mercaderes que se dediquen a lo mismo, no podemos evitar que terminen hablando de algún tipo de ‘conspiración’ para hacer algo en común que les beneficie y por lo tanto, vaya en contra de los clientes. A eso se le llama jugar a oligopolios, acuerdos de mercados, y acuerdos contra la libre competencia. Pero sigue siendo igual de humano que cualquier otra conducta de las expuestas por Smith. Por lo tanto, lo que interesa al mercado es precisamente una competencia enfrentada ferozmente entre sí.

Este es el punto crucial de mi reflexión. Smith vivía en un mundo, el siglo XVIII, donde la industrialización era incipiente. Se necesitaba capital para hacer muchas cosas, pero no dejaba de ser un mundo con barreras de entrada pequeñas. El capitalismo inglés de la primera revolución industrial se caracterizaba precisamente por eso, por ser un mundo de pequeñas factorías. Frente a ello, el gran corporativismo de la segunda Revolución Industrial, las grandes corporaciones alemanas y sobretodo norteamericanas que empiezan a aparecer en el último cuarto de siglo XIX y se desarrollan en el XX. Finalmente tenemos un mundo con fuertes barreras de entrada. Barreras de entrada en cuanto al capital, la investigación, la publicidad, la capacidad de economía de escala... Si pongamos por caso, un capitalista quiere entrar para fabricar algún trasto electrónico nuevo partiendo de la nada, debe darse a conocer, debe luchar con los costes de economías de escala, debe realizar fuertes gastos en investigación que solo grandes corporaciones pueden igualar... puede quizás encontrar algún atajo para alguna cosa, pero es casi imposible para todas. En definitiva, el mundo se ha reducido, los mercaderes son menos. Y lo que es más importante, cada vez es más difícil que aparezcan nuevos. Bueno, eso no es del todo cierto. La aparición de mercaderes de otros países como fabricantes chinos o coreanos, ha supuesto un estímulo importante, o debería haber sido un estímulo importante a la competencia. Pero parece que no ha sido así.
Si seguimos la teoría de juegos podemos ver que o bien se llega a un equilibrio por medio de un pacto de oligopolio, o bien se puede llegar a una situación en la cual las ventajas competitivas, si se mantienen constantes, terminen por barrer la competencia. Ante la incapacidad para crear a una velocidad adecuada, nuevos competidores, debido a las barreras de entrada, las corporaciones deben especializarse, o enfrentarse en mercados parcialmente. La ventaja competitiva lleva a la supremacía y después al oligopolio o al monopolio. Las leyes antimonopolio no son sostenedoras de mercado. Simplemente mantienen los oligopolios, a veces de dos o tres únicos competidores. Competidores que deben equilibrarse entre hacer ver que no son oligopolio y a la vez mantener los shares de mercado o conseguir pequeñas mejoras que sin abolir la competencia supongan pequeñas victorias parciales. Hacer ver que no son oligopolios manteniendo ciertas batallas parciales.

Hasta aquí el tema de la competencia. Pero en principio la competencia debe espolear de forma darwiniana a los mercaderes. Debe suponer una batalla feroz por el mercado pero que a la vez se ve reflejada en las mejoras competitivas. La batalla que enfrenta a la competencia, idealizada por Smith, supone encontrar ventajas competitivas que acaban en mejores calidades, reducciones de costo o mejoras de innovación. En esto se basa la idolatría de la mejora del mercado en la economía. Y en nada más. Y sin embargo lo que tenemos es un mundo de oligopolios con fuertes barreras de entrada que funcionan precisamente al revés. Incluso que buscan la expansión fuera del círculo del mercado maduro en nuevos mercados u oportunidades en otros mundos.

Hasta ahora, las críticas al FMI y sus recomendación hacia la apertura de la competencia en países del tercer mundo (y otros que no lo son tanto), estaba en que se recomendaba vender empresas públicas de servicios o de lo que fuera. Como gestor, el estado tiene como característica, hacer una empresa para cada cosa. Es decir, no hace 3 o 4 empresas que se dediquen a lo mismo. Por lo tanto, cuando una empresa es pública (si no es que viene de un proceso de nacionalización por bancarrota o algo así), por definición es monopolística. La trampa está en que el FMI no trabaja para el mercado sino para abrir las puertas a los negocios rentables a las multinacionales del primer mundo.
Repasando ‘El nuevo estado industrial’ de Galbraith, nos damos cuenta de algunos de los intereses de las multinacionales, como organismo económicos, no tienen nada que ver con algunas de las máximas del mercado. El primer interés de los gestores de las multinacionales (puesto que en la mayoría de los casos la propiedad está bastante difusa o parcialmente pertenece a otras corporaciones), recae en salvar el culo. Es decir, en realizar una gestión que minimice el riesgo que suponga un gran problema para la gestión, obteniendo unos beneficios razonables para los accionistas.
Esto es diferente al modo de actuar de aquella reunión de conspiradores empresariales de Adam Smith.
En ciertos aspectos, es mucho más interesante, no la búsqueda de beneficios, sino la búsqueda del mantenimiento del status quo. Pero a la vez, el mundo capitalista exige resultados crecientes. De ahí la necesidad de crecimiento orgánico completo. Es decir, por ejemplo la necesidad de acceder a nuevos mercados que se abran al mundo de las multinacionales.
Hasta el siglo XIX, uno de los factores claves del crecimiento tenían que ver con la capacidad de crecimiento demográfico, con la adaptación de nuevos sectores al consumo como el paso de la población urbana a la rural, e incluso con las migraciones. Pero actualmente existe una limitación en cuanto al factor demográfico.
El propio sistema capitalista de rentas, exigía la incorporación de la mujer al trabajo para aumentar la fuerza laboral, en parte por la caída demográfica pero sobretodo para reducir los costes unitarios de las rentas de trabajo, manteniendo las rentas familiares.
En 1830, también se trabajaba, niños, mujeres, jornadas extenuantes. Es el momento más álgido de la explotación obrera, expuesta en alguna de las obras de Dickens. Pero nos encontramos con el problema de las rentas de consumo en función de las rentas totales con respecto al gasto de demanda en el mercado.

Si las rentas del trabajo como parte fundamental de la demanda en la sociedad de consumo y clases medias, se reducen o se limitan en cuanto a su capacidad de demanda, tendremos topes a la cantidad de oferta también. Los mercados se caen por desajustes, por crecimientos exagerados de sectores, por sobreinversión que pueda llevar a una sobrecapacidad. Pero también por la limitación en la demanda, en las rentas que se reducen o se limitan porque tienen que hacer frente a servicios de deuda por ejemplo.
Pero parece que leyendo a determinados demagogos, medios de manipulación, o propagandistas oficiales, el mercado pueda parecer como un contenedor gigante que todo lo puede devorar, reciclar y reajustar. La panacea de la fantasía. Pero basada en la idea de aquel mercado Smithsoniano donde las empresas luchaban ferozmente entre ellas para obtener las ventajas competitivas.

La palabra mercado contempla demasiadas conclusiones inherentes, demasiadas interpretaciones, incluso muchas interpretaciones subjetivas, como para ser tomada en serio en cualquier debate serio sobre el mismo. Podemos referirnos al mercado en un contexto pero precisamente por su carácter de palabra contenedor, deberíamos considerar las explicaciones en el contexto de la palabra mercado en todas sus acotaciones. De lo contrario caemos en la demagogia o en el engaño. No es lo mismo el mercado de Adam Smith que el mercado del que se habla actualmente. No es lo mismo el mercado de los oligopolios o el mercado de la falta de información o de la información privilegiada, o el ‘mercado’ intervenido, o el mercado planificado o el mercado donde voy a comprar una merluza. Ni es lo mismo el mercado ni son iguales sus reglas. Por más que los demagogos nos intenten vender que eso del mercado, que nunca dicen en que consiste, es lo mismo para todo y para todos.

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